TEORÍA Y PRÁCTICA DEL
CAPITALISMO ILIMITADO
por Winston Smith
octubre, 2014
... continuación
UN
RELATO SINCRÓNICO
Lo que en el resumen que acabamos de hacer de lo
que en el excelente ensayo de Naomi Klein se llama doctrina del shock o
capitalismo del desastre, en mi opinión podría describirse de una forma
alternativa más omnicomprensiva. Más acorde con una historia no oficial del
libre mercado: estaríamos ante una ofensiva doctrinaria en favor del
capitalismo ilimitado (378) por parte de aquellos que ven al gobierno como una
carga y a los trabajadores del sector público como personal innecesario (462).
Una ofensiva en favor de lo que otros autores[i]
han denominado sociedad de mercado, un mundo que confundiría permanentemente
valor y precio, un mundo en el que el aumento de la riqueza nunca revertirá en
favor de todos sus ciudadanos (579).
Como declaró un prominente friedmanita: “Yo no quiero abolir el gobierno. Solo
quiero reducirlo hasta un tamaño con el que pueda arrastrarlo hasta el lavabo y
ahogarlo en la bañera” (580). Para Friedman en la tarea de esa reducción se
incluía: sanidad, correos, educación, pensiones o incluso parques nacionales
(88).
Una tal reducción del gobierno, y paralela
ampliación del mercado, sería el resultado reiterado de dos vectores
estratégicos complementarios: la venta y saldo de los pedazos de la red estatal
a los agentes privados y la vinculación de los pedazos sobrevivientes a
capitalistas amiguetes. Un doble proceso que desembocaría, lejos de la retórica
de la libertad y de la riqueza generalizada, en una desigualdad y corrupción
social galopantes.
Ambas estrategias se comprueba cómo reiteradamente
se desencadenan ya al hilo de un golpe de estado[ii],
de una catástrofe natural, de una bancarrota financiera, o de un gran atentado
terrorista, y, en general, de cualquier situación –un genérico contexto de
emergencia (244)- en la que lo que era hasta entonces políticamente imposible
se convierte en políticamente inevitable (189); unas veces[iii] ejecutado
por soldados de uniforme militar y otras por políticos y economistas trajeados
y parapetados tras el escudo de un régimen democrático (209). Uno de sus
mejores propagandistas y estrategas –John Williamson- lo resumía así: solo
cuando los países sufren de verdad, acceden a tragar la amarga medicina del
mercado; sólo cuando se hallan en estado de shock se tumban en la camilla para
que se les administre la terapia (344).
En el choque entre lo que los propagandistas y
agitadores de la Escuela de Chicago consideran inevitable, para alcanzar lo que
venden como progreso social, y los molestos procedimientos democráticos (allá
donde la democracia representativa existe) la Escuela no dudará en resguardar
los asuntos económicos del alcance de la democracia (365). Y lo harán,
reiteramos, por dos vías complementarias: la subasta troceada del Estado y su
subcontratación a un capitalismo de amiguetes. Harían realidad la felicidad de
un gobierno hueco (394 y 457).
Nos detendremos brevemente en cada una de ambas
estrategias.
Las subastas apresuradas de pedazos de la red
estatal, mientras los ciudadanos aún se recuperan del trauma, son un clásico de
la Escuela. Enumeremos algunos ejemplos:
- Como decíamos más arriba en 1980 Friedman impartió tutorías a centenares de funcionarios chinos para que en el momento en que los activos del Estado fuesen puestos a subasta, las autoridades del partido y sus familiares fuesen los primeros en hacerse con los pedazos de negocio más rentables (249). Por eso en 2006 el 90% de los casi tres mil milmillonarios chinos son familiares de funcionarios del Partido Comunista (256).
- En el Reino Unido después del correspondiente shock, de la guerra de las Malvinas y de la represión de la huelga minera, entre 1984 y 1988 se privatizaron British Telecom, British Gas, British Airways, British Steel y se vendió la participación del Estado en British Petroleum (188).
- En 1991 Yeltsin puso en marcha la primera ola de privatizaciones de las más de doscientas mil empresas de propiedad estatal con que contaba Rusia (300). En este país acabarían en manos de oligarcas locales, mientras que años más tarde en Irak lo harían en manos extranjeras (454)
- En la Polonia gobernada por Solidaridad el plan Soros-Sachs propugnaba la venta de minas , astilleros y fábricas estatales al sector privado (239).
- En Argentina en 1994 ya se había vendido el 90% de las empresas estatales a compañías como Citibank, Suez, Vivendi, Repsol o Telefónica (226, 327).
- Entre 1990 y 2000 -en México- de sólo haber un banco en manos extranjeras pasó a haber 24 de los 30 bancos más importantes del país (326).
- En EE.UU. después del 11 de septiembre de 2001 el Estado pasó de proveer seguridad a comprarla a precio de mercado (400)
- En Irak en 2003 un importante asesor norteamericano describiría el pillaje que se estaba realizando como una forma de reducción del sector público (446). Paul Bremer iniciaría la privatización de doscientas empresas de propiedad estatal (453).
Complementariamente a este troceado se acostumbra
a facilitar la compra de empresas privadas del país objeto de tratamiento por
parte de grupos foráneos bien conectados con los diseñadores de la terapia; se
suele tratar de empresas que suelen tener una relación privilegiada de
amiguismo (para suministros o prestación de servicios) con los restos del
Estado que se está vaciando (43). Ya que el modelo preferido de la Escuela
consiste en la alianza entre unas pocas multinacionales y miembros de una clase
política local enriquecida (38). Veamos algunos ejemplos:
- En los últimos años del pasado siglo en Indonesia, Tailandia, Corea del Sur, Malasia o Filipinas se promovieron fusiones y adquisiciones por grupos extranjeros de importantes empresas (Kia, Samsung, Daewoo, LG, entre muchas otras) (371-372)
- En Indonesia, después de 1965, se aprobarían leyes que permitían a las empresas extranjeras el control total de importantes recursos naturales, al tiempo que se les otorgaban vacaciones fiscales (103).
- En el Chile pinochetista de los años 80 una pequeña élite pasó de ser rica a súper rica a costa del presupuesto público (121).
- Después del 11S en EE.UU. ya no se trata de que el Estado proporcione servicios (por ejemplo de seguridad) sino sólo de asegurarse de que sean proporcionados (395). Así se transfirieron miles de millones a contratas en secreto, sin competencia y sin apenas supervisión (399): “Halliburton lleva seis años tratando al gobierno de Estados Unidos como si fuera su cajero automático personal, con retiradas de fondos de hasta veinte mil millones solo en contratos para Irak” (592).
- En Irak, después de deponer a Sadam, las empresas extranjeras (Halliburton, Bechtel, Parsons, KPMG, Blackwater, entre otras) podían repatriar el cien por cien de los beneficios obtenidos fuera del país y firmar contratos por cuarenta años con derecho a renovación (454, 466).
[i] M.J. Sandel (2013) “Lo que el dinero no puede comprar” (Debate, Barcelona) pp. 16-18
[ii] Así en Rusia “Yeltsin
movilizó a cinco mil soldados, decenas de tanques y vehículos de transporte
blindado, helicópteros y tropas de asalto de élite armadas con ametralladoras
automáticas, para defender la nueva economía capitalista de Rusia de la grave
amenaza de la democracia… se habría cobrado la vida de unas quinientas personas
y había herido a casi mil, la mayor dosis de violencia que Moscú había vivido
desde 1917” (307).
[iii] Generales y economistas eran los dos grupos de
doctores del shock que trabajaban en el Cono Sur (155).
FILIAS Y
FOBIAS: AMISTADES Y HORRORES
Una vez realizado este sumario repaso -diacrónico
y sincrónico- sobre los éxitos empíricos en la aplicación de las teorías
hayekiano/friedmanitas (capitalismo ilimitado con estado hueco) cabe hacerse la
pregunta de si tales desmanes son apenas cosa de megalómanos chicago boys de la
ciencia económica o si habría alguna amistad -más allá de la academia- que
explique todo esto. No olvidemos que Friedman es “considerado el economista más influyente del pasado medio siglo, entre
cuyos discípulos se cuentan varios presidentes estadounidenses, primeros
ministros británicos, oligarcas rusos, ministros de finanzas polacos, dictadores
del Tercer Mundo, secretarios generales del Partido Comunista chino, directores
del Fondo Monetario Internacional y los últimos tres jefes de la Reserva
Federal” (27). Es demasiado para un solo hombre, y es por eso que cabe
preguntarse ¿alguien o algo mueve los hilos de un tal ejército de economistas?.
Una de las pistas más sólidas que tenemos para
contestar a esta pregunta vio la luz en el año 2006 en Argentina; se descubrió
que un extenso documento de 1.400 páginas, en el que se concretaba la estrategia
de shock a aplicar a partir del año 1992 en aquél país, no había sido cosa ni
del FMI ni de economistas al servicio del gobierno de turno, sino por J.P.
Morgan y Citibank (229). Estrategia que, a lo largo de tan extenso documento,
combinaba dosis de privatización de lo público, ampliación de los mercados,
austeridad en servicios públicos y capitalismo de amiguetes. De forma y manera
que los gabinetes económicos de los grandes grupos financieros globales estarían
detrás de la misma mercancía que otros economistas arropaban desde Chicago con
el prestigio de la academia universitaria (y de no pocos premios Nobel).
Esos mismos grupos financieros globales aparecen
una y otra vez en el trasfondo de la aplicación de los tratamientos hayekiano/friedmanitas
de la Escuela de Chicago. Así en la transición que en Sudáfrica pilotó Nelson
Mandela -y luego Thabo Mbeki- a la altura del año 1996 los ataques a la moneda
y la fuga de capitales suponían que “toda
desviación a la ortodoxia de la Escuela de Chicago es castigada al instante por
los operadores de Nueva York y Londres, que apuestan contra la moneda del país
infractor y ocasionan con ello una profundización de su crisis y la necesidad
de mayores prestamos” (279). Los amigos (filias) y compinches de los
asépticos, independientes, académicos y neutrales economistas defensores de la
mano invisible, del capitalismo ilimitado, volvían a ser los grandes grupos
financieros mundiales.
¿Existe algún eslabón perdido entre unos
(académicos) y otros (financieros)?. Sin duda: nuestro hombre es John
Williamson. El economista que acuñara la expresión Consenso de Washington y que demostró tener una incomparable
habilidad para verbalizar el subconsciente (es decir los intereses) del mundo
financiero, llegando a defender la idea de generar activamente una crisis para
que, de ese modo, la terapia de shock fuese más fácil de imponer (344-345). Siempre impulsada por casuales estampidas de
la manada electrónica de los mercados financieros. De manera que lo que hay
detrás de la academia no por menos siniestro deja de ser más peligroso:
codicia, deseo de beneficios a corto plazo e inversiones especulativas. Ese es
el subconsciente para el que trabajan los académicos del capitalismo ilimitado.
Si estas son sus filias, sus amigos, ¿cuáles son
sus fobias?, ¿cuáles sus horrores?. Como bien se desprende de lo que aquí hemos
relatado no lo son las sociedades en las que la economía está pilotada por el
Estado (con frecuencia totalitario) y dónde el libre mercado es completamente
residual (caso de la URSS, de la China maoísta, de Cuba o de Corea del Norte).
Porque tales sociedades estarían abocadas a un colapso social más o menos
inminente.
Su mayor enemigo serán aquellas economías de
mercado que no sean sociedades de mercado. Sociedades dónde “un mercado libre, con una oferta de
productos determinada, puede coexistir con un sistema de sanidad pública,
escolarización para todos y una gran porción de la economía –como por ejemplo
una compañía petrolífera nacionalizada- en manos del Estado; donde también es
posible pedirles a las empresas que paguen sueldos decentes, que respeten el
derecho de los trabajadores a formar sindicatos, y solicitar a los gobiernos
que actúen como agentes de redistribución de la riqueza mediante los impuestos
y las subvenciones, con el fin de reducir al máximo las agudas desigualdades”
(45). Unas tales sociedades, nada utópicas, eran -y son- para los defensores
del capitalismo ilimitado horribles batiburrillos a exterminar (84).
Es por eso que si se me pide un caso de lo que
estoy señalando es indudable que el mejor ejemplo se sitúa en el Chile de 1970
del presidente Allende. Un proyecto de sociedad democrática con economía de
mercado amputada de raíz por una combinación letal de economistas, generales y
oligarcas internacionales. El mismo tipo de amputación que sufrirá muchos años
después el proyecto de Gorbachov para transformar la URSS en una “combinación entre el libre mercado y un
sistema fuerte de protección social, manteniendo ciertas industrias clave bajo
control público” (237, 294). Lo dicho: un horroroso batiburrillo.
Lo sucedido con Gorbachov –y mucho antes en Chile-
demostraría que el compromiso de permitir un cierto keynesianismo y Estado de
Bienestar en una parte de Europa no pasó nunca de ser una excepción territorial
mundial, y por tiempo limitado. Un freno al riesgo revolucionario soviético. Excepción
de una época en la que “el capitalismo
tenía que ganarse a sus consumidores, necesitaba ofrecer incentivos y
necesitaba contar con un buen producto” (337). La caída de la URSS marcará
el fin de un tal keynesianismo defensivo y de una pactada socialdemocracia. Desde
entonces el capitalismo se sentirá libre para desplegar sus formas más salvajes
“ya puede ser tan antisocial,
antidemocrático y grosero como le plaza” (340). Así de simple.
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