martes, 27 de octubre de 2015

2ª parte y conclusión

TEORÍA Y PRÁCTICA DEL CAPITALISMO ILIMITADO 

por Winston Smith
octubre, 2014
 

 ... continuación

UN RELATO SINCRÓNICO



Lo que en el resumen que acabamos de hacer de lo que en el excelente ensayo de Naomi Klein se llama doctrina del shock o capitalismo del desastre, en mi opinión podría describirse de una forma alternativa más omnicomprensiva. Más acorde con una historia no oficial del libre mercado: estaríamos ante una ofensiva doctrinaria en favor del capitalismo ilimitado (378) por parte de aquellos que ven al gobierno como una carga y a los trabajadores del sector público como personal innecesario (462). Una ofensiva en favor de lo que otros autores[i] han denominado sociedad de mercado, un mundo que confundiría permanentemente valor y precio, un mundo en el que el aumento de la riqueza nunca revertirá en favor de todos sus ciudadanos (579).

Como declaró un prominente friedmanita: “Yo no quiero abolir el gobierno. Solo quiero reducirlo hasta un tamaño con el que pueda arrastrarlo hasta el lavabo y ahogarlo en la bañera” (580). Para Friedman en la tarea de esa reducción se incluía: sanidad, correos, educación, pensiones o incluso parques nacionales (88).

Una tal reducción del gobierno, y paralela ampliación del mercado, sería el resultado reiterado de dos vectores estratégicos complementarios: la venta y saldo de los pedazos de la red estatal a los agentes privados y la vinculación de los pedazos sobrevivientes a capitalistas amiguetes. Un doble proceso que desembocaría, lejos de la retórica de la libertad y de la riqueza generalizada, en una desigualdad y corrupción social galopantes.

Ambas estrategias se comprueba cómo reiteradamente se desencadenan ya al hilo de un golpe de estado[ii], de una catástrofe natural, de una bancarrota financiera, o de un gran atentado terrorista, y, en general, de cualquier situación –un genérico contexto de emergencia (244)- en la que lo que era hasta entonces políticamente imposible se convierte en políticamente inevitable (189); unas veces[iii] ejecutado por soldados de uniforme militar y otras por políticos y economistas trajeados y parapetados tras el escudo de un régimen democrático (209). Uno de sus mejores propagandistas y estrategas –John Williamson- lo resumía así: solo cuando los países sufren de verdad, acceden a tragar la amarga medicina del mercado; sólo cuando se hallan en estado de shock se tumban en la camilla para que se les administre la terapia (344).

En el choque entre lo que los propagandistas y agitadores de la Escuela de Chicago consideran inevitable, para alcanzar lo que venden como progreso social, y los molestos procedimientos democráticos (allá donde la democracia representativa existe) la Escuela no dudará en resguardar los asuntos económicos del alcance de la democracia (365). Y lo harán, reiteramos, por dos vías complementarias: la subasta troceada del Estado y su subcontratación a un capitalismo de amiguetes. Harían realidad la felicidad de un gobierno hueco (394 y 457).

Nos detendremos brevemente en cada una de ambas estrategias.

Las subastas apresuradas de pedazos de la red estatal, mientras los ciudadanos aún se recuperan del trauma, son un clásico de la Escuela. Enumeremos algunos ejemplos:

  • Como decíamos más arriba en 1980 Friedman impartió tutorías a centenares de funcionarios chinos para que en el momento en que los activos del Estado fuesen puestos a subasta, las autoridades del partido y sus familiares fuesen los primeros en hacerse con los pedazos de negocio más rentables (249). Por eso en 2006 el 90% de los casi tres mil milmillonarios chinos son familiares de funcionarios del Partido Comunista (256).
  • En el Reino Unido después del correspondiente shock, de la guerra de las Malvinas y de la represión de la huelga minera, entre 1984 y 1988 se privatizaron British Telecom, British Gas, British Airways, British Steel y se vendió la participación del Estado en British Petroleum (188).
  • En 1991 Yeltsin puso en marcha la primera ola de privatizaciones de las más de doscientas mil empresas de propiedad estatal con que contaba Rusia (300). En este país acabarían en manos de oligarcas locales, mientras que años más tarde en Irak lo harían en manos extranjeras (454)
  • En la Polonia gobernada por Solidaridad el plan Soros-Sachs propugnaba la venta de minas , astilleros y fábricas estatales al sector privado (239).
  • En Argentina en 1994 ya se había vendido el 90% de las empresas estatales a compañías como Citibank, Suez, Vivendi, Repsol o Telefónica (226, 327).
  • Entre 1990 y 2000 -en México- de sólo haber un banco en manos extranjeras pasó a haber 24 de los 30 bancos más importantes del país (326).
  • En EE.UU. después del 11 de septiembre de 2001 el Estado pasó de proveer seguridad a comprarla a precio de mercado (400)
  • En Irak en 2003 un importante asesor norteamericano describiría el pillaje que se estaba realizando como una forma de reducción del sector público (446). Paul Bremer iniciaría la privatización de doscientas empresas de propiedad estatal (453).

Complementariamente a este troceado se acostumbra a facilitar la compra de empresas privadas del país objeto de tratamiento por parte de grupos foráneos bien conectados con los diseñadores de la terapia; se suele tratar de empresas que suelen tener una relación privilegiada de amiguismo (para suministros o prestación de servicios) con los restos del Estado que se está vaciando (43). Ya que el modelo preferido de la Escuela consiste en la alianza entre unas pocas multinacionales y miembros de una clase política local enriquecida (38). Veamos algunos ejemplos:

  • En los últimos años del pasado siglo en Indonesia, Tailandia, Corea del Sur, Malasia o Filipinas se promovieron fusiones y adquisiciones por grupos extranjeros de importantes empresas (Kia, Samsung, Daewoo, LG, entre muchas otras) (371-372)
  • En Indonesia, después de 1965, se aprobarían leyes que permitían a las empresas extranjeras el control total de importantes recursos naturales, al tiempo que se les otorgaban vacaciones fiscales (103).
  • En el Chile pinochetista de los años 80 una pequeña élite pasó de ser rica a súper rica a costa del presupuesto público (121).
  • Después del 11S en EE.UU. ya no se trata de que el Estado proporcione servicios (por ejemplo de seguridad) sino sólo de asegurarse de que sean proporcionados (395). Así se transfirieron miles de millones a contratas en secreto, sin competencia y sin apenas supervisión (399): “Halliburton lleva seis años tratando al gobierno de Estados Unidos como si fuera su cajero automático personal, con retiradas de fondos de hasta veinte mil millones solo en contratos para Irak” (592).
  • En Irak, después de deponer a Sadam, las empresas extranjeras (Halliburton, Bechtel, Parsons, KPMG, Blackwater, entre otras) podían repatriar el cien por cien de los beneficios obtenidos fuera del país y firmar contratos por cuarenta años con derecho a renovación (454, 466).


[i] M.J. Sandel (2013) “Lo que el dinero no puede comprar” (Debate, Barcelona) pp. 16-18
[ii] Así en Rusia “Yeltsin movilizó a cinco mil soldados, decenas de tanques y vehículos de transporte blindado, helicópteros y tropas de asalto de élite armadas con ametralladoras automáticas, para defender la nueva economía capitalista de Rusia de la grave amenaza de la democracia… se habría cobrado la vida de unas quinientas personas y había herido a casi mil, la mayor dosis de violencia que Moscú había vivido desde 1917” (307).
[iii] Generales y economistas eran los dos grupos de doctores del shock que trabajaban en el Cono Sur (155).

 

FILIAS Y FOBIAS: AMISTADES Y HORRORES
 

Una vez realizado este sumario repaso -diacrónico y sincrónico- sobre los éxitos empíricos en la aplicación de las teorías hayekiano/friedmanitas (capitalismo ilimitado con estado hueco) cabe hacerse la pregunta de si tales desmanes son apenas cosa de megalómanos chicago boys de la ciencia económica o si habría alguna amistad -más allá de la academia- que explique todo esto. No olvidemos que Friedman es “considerado el economista más influyente del pasado medio siglo, entre cuyos discípulos se cuentan varios presidentes estadounidenses, primeros ministros británicos, oligarcas rusos, ministros de finanzas polacos, dictadores del Tercer Mundo, secretarios generales del Partido Comunista chino, directores del Fondo Monetario Internacional y los últimos tres jefes de la Reserva Federal” (27). Es demasiado para un solo hombre, y es por eso que cabe preguntarse ¿alguien o algo mueve los hilos de un tal ejército de economistas?.

Una de las pistas más sólidas que tenemos para contestar a esta pregunta vio la luz en el año 2006 en Argentina; se descubrió que un extenso documento de 1.400 páginas, en el que se concretaba la estrategia de shock a aplicar a partir del año 1992 en aquél país, no había sido cosa ni del FMI ni de economistas al servicio del gobierno de turno, sino por J.P. Morgan y Citibank (229). Estrategia que, a lo largo de tan extenso documento, combinaba dosis de privatización de lo público, ampliación de los mercados, austeridad en servicios públicos y capitalismo de amiguetes. De forma y manera que los gabinetes económicos de los grandes grupos financieros globales estarían detrás de la misma mercancía que otros economistas arropaban desde Chicago con el prestigio de la academia universitaria (y de no pocos premios Nobel).

Esos mismos grupos financieros globales aparecen una y otra vez en el trasfondo de la aplicación de los tratamientos hayekiano/friedmanitas de la Escuela de Chicago. Así en la transición que en Sudáfrica pilotó Nelson Mandela -y luego Thabo Mbeki- a la altura del año 1996 los ataques a la moneda y la fuga de capitales suponían que “toda desviación a la ortodoxia de la Escuela de Chicago es castigada al instante por los operadores de Nueva York y Londres, que apuestan contra la moneda del país infractor y ocasionan con ello una profundización de su crisis y la necesidad de mayores prestamos” (279). Los amigos (filias) y compinches de los asépticos, independientes, académicos y neutrales economistas defensores de la mano invisible, del capitalismo ilimitado, volvían a ser los grandes grupos financieros mundiales.

¿Existe algún eslabón perdido entre unos (académicos) y otros (financieros)?. Sin duda: nuestro hombre es John Williamson. El economista que acuñara la expresión Consenso de Washington y que demostró tener una incomparable habilidad para verbalizar el subconsciente (es decir los intereses) del mundo financiero, llegando a defender la idea de generar activamente una crisis para que, de ese modo, la terapia de shock fuese más fácil de imponer (344-345).  Siempre impulsada por casuales estampidas de la manada electrónica de los mercados financieros. De manera que lo que hay detrás de la academia no por menos siniestro deja de ser más peligroso: codicia, deseo de beneficios a corto plazo e inversiones especulativas. Ese es el subconsciente para el que trabajan los académicos del capitalismo ilimitado.

Si estas son sus filias, sus amigos, ¿cuáles son sus fobias?, ¿cuáles sus horrores?. Como bien se desprende de lo que aquí hemos relatado no lo son las sociedades en las que la economía está pilotada por el Estado (con frecuencia totalitario) y dónde el libre mercado es completamente residual (caso de la URSS, de la China maoísta, de Cuba o de Corea del Norte). Porque tales sociedades estarían abocadas a un colapso social más o menos inminente.

Su mayor enemigo serán aquellas economías de mercado que no sean sociedades de mercado. Sociedades dónde “un mercado libre, con una oferta de productos determinada, puede coexistir con un sistema de sanidad pública, escolarización para todos y una gran porción de la economía –como por ejemplo una compañía petrolífera nacionalizada- en manos del Estado; donde también es posible pedirles a las empresas que paguen sueldos decentes, que respeten el derecho de los trabajadores a formar sindicatos, y solicitar a los gobiernos que actúen como agentes de redistribución de la riqueza mediante los impuestos y las subvenciones, con el fin de reducir al máximo las agudas desigualdades” (45). Unas tales sociedades, nada utópicas, eran -y son- para los defensores del capitalismo ilimitado horribles batiburrillos a exterminar (84).

Es por eso que si se me pide un caso de lo que estoy señalando es indudable que el mejor ejemplo se sitúa en el Chile de 1970 del presidente Allende. Un proyecto de sociedad democrática con economía de mercado amputada de raíz por una combinación letal de economistas, generales y oligarcas internacionales. El mismo tipo de amputación que sufrirá muchos años después el proyecto de Gorbachov para transformar la URSS en una “combinación entre el libre mercado y un sistema fuerte de protección social, manteniendo ciertas industrias clave bajo control público” (237, 294). Lo dicho: un horroroso batiburrillo.

Lo sucedido con Gorbachov –y mucho antes en Chile- demostraría que el compromiso de permitir un cierto keynesianismo y Estado de Bienestar en una parte de Europa no pasó nunca de ser una excepción territorial mundial, y por tiempo limitado. Un freno al riesgo revolucionario soviético. Excepción de una época en la que “el capitalismo tenía que ganarse a sus consumidores, necesitaba ofrecer incentivos y necesitaba contar con un buen producto” (337). La caída de la URSS marcará el fin de un tal keynesianismo defensivo y de una pactada socialdemocracia. Desde entonces el capitalismo se sentirá libre para desplegar sus formas más salvajes “ya puede ser tan antisocial, antidemocrático y grosero como le plaza” (340). Así de simple.