por Winston Smith
En estos últimos meses
ha sido frecuente noticia el uso indebido de datos de determinadas
redes sociales gestionadas por multinacionales, así como la
divulgación de información -recabada de forma no autorizada- por
agencias de seguridad o por hackers a través de las redes de
telecomunicación. En estas prácticas son determinantes las razones
de tipo empresarial, para contar con información privilegiada,
aunque suela usarse la cortina de humo de la seguridad nacional.
Un privilegiado conocedor
de todo este negocio fue Aaron Swartz (1986-2013) que empezó siendo
niño prodigio de internet para acabar suicidándose a resultas de la
presión para él insufrible, policial y judicial, a la que tuvo que
enfrentarse en Estados Unidos. Desde hace unos meses puede verse un
muy buen documental sobre su peripecia vital y social titulado The Internet's Own Boy: The Story of Aaron Swartz (2014), subtitulado en castellano.
Aaron Swartz llegó a
ganar importantes cantidades de dinero con sus desarrollos
informáticos, aunque muy pronto abandonó esa senda para trabajar en
una internet al servicio de los ciudadanos y no al de su propio
bolsillo. En esto se declaró inspirado por el creador de la www, Tim
Berners-Lee, que en vez de convertir su innovación en un negocio
personal multimillonario, trabajó para que la red fuese única,
abierta y global. Nada que ver con lo que, con no mayores méritos,
hicieron Bill Gates, Larry Page o Mark Zuckerberg al construir
gigantescos negocios privados.
En esa tarea social (en
sus palabras: hacer que lo público sea público y no negocio
privado) el joven Aaron se enfrentó al negocio multimillonario del
acceso a la jurisprudencia de los EE.UU., o al no menos
multimillonario de las revistas de pago online que editan producción
científica. En estos y en otros empeños, por ejemplo contra leyes
restrictivas del libre acceso a internet, su posición era
inamovible: la red tenía que cumplir su potencial tecnológico de
difusión gratuita de los bienes públicos (legislación, ciencia,
etc.) y nadie debería hacer negocio privado con su información.
Porque una cosa es
Wikipedia,
con unos ingresos de menos de cincuenta millones de euros anuales a
través de donaciones de sus usuarios, y una muy otra las empresas de
buscadores con unos ingresos y beneficios de miles de millones por
publicidad. Para Aaron Swartz internet se movía entre esas dos
fuerzas o modelos, y el tenía muy claro de que parte estaba; conocía
muy bien cuales eran los riesgos y peligros con los grandes
negociantes de internet, como se recoge en su Manifiesto por el acceso abierto.
Fuerzas que, desde muy
pronto, lo identificaron como una amenaza para sus intereses,
poniendo a toda marcha su maquinaria de abogados, policías y jueces;
y fue así, con el silencio cómplice de las autoridades
universitarias, y del prestigioso MIT, cómo acabaría siendo víctima
de los que privatizan la cultura pública.
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